Vejez
En principio nada
hay más alejado de la muerte que los jóvenes. Pero si esta afirmación
puede dar lugar a dudas, que siempre hay quisquillosos apardalados que
se ponen nerviosos ante las generalizaciones, la que sin embargo no
parece discutible es esta otra: en principio nada hay más cercano a los
viejos que la muerte.
Hay gente
que teme a la muerte sin importarle demasiado el asunto del
envejecimiento y gente a la que le da más miedo el envejecimiento que la
propia muerte. Y gente que no teme a nada. Siendo incapaz de pertenecer
a este último grupo sería yo de los que pertenece al primero. Creo
firmemente que hay una dignidad en el envejecimiento que permite la
serenidad que te niegan los impulsos que se fían al futuro. A pesar de
todo. Otra cosa sería desaparecer.
Sin embargo
observo que cada vez más gente pertenece al segundo grupo. Gente a la
que le deprimen las arrugas, por ejemplo. No tanto las pastillas o las
canas cuanto las arrugas. Así, gente que es capaz de cualquier cosa para
restringirlas. De cualquier cosa.
La pregunta
sería, ¿cuándo puede a una persona empezar a considerársele viejo? Las
respuestas admiten variables, pero parecería razonable afirmar que
cuando la piel adquiere esa textura que sólo otorga generosamente la
propia vejez. O cuando se pierde un centímetro de estatura. O cuando se
necesitan 3 pares de gafas con las que no se acaba de ver bien nunca.
Sin duda que Michael Caine y Hervey Keitel son dos viejos en la película que hábilmente ha sido llamada Juventud.
Dos viejos que se toman ese estadio de sus vidas de forma distinta. En
cualquier caso, ambos con suma dignidad. Porque si algo se infiere de
los personajes es lo que podŕiamos aprender de ellos con independencia
de innecesarias identificaciones.
Dos viejos que rinden culto a la amistad y se enfrentan a su destino con desiguales actitudes. Juventud
es una película sobre los estadios del tiempo del ser y en especial del
último. Los protagonistas son dos viejos, pero también está ahí el niño
que quiere ser violinista, la adolescente que se comunica con las
manos, el joven actor descreído y el matrimonio “mudo”. Aportando, todos
ellos, el matiz que los contempla igualmente como futuros viejos, como
mortales en definitiva.
Caine no
quiere volver a trabajar y se siente liberado por no tener que hacerlo
pero, quizá por ello, el tiempo se ralentiza para él de forma poco
grata, sin embargo Keitel no puede dejar de trabajar por lo que, quizá
por ello, el tiempo pasa por él a gran velocidad, a pesar suyo. Las
consecuencias que en ellos producirá su personalidad determinará su
futuro, ese futuro que un viejo es siempre anecdótico, minúsculo.
Addenda.
No tenía previsto ver esta película en el cine, pero una amigo me la
recomendó. Mi desinterés provenía de los prejuicios en mí generados por
la última película del director, que me pareció extraordinariamente mala
por mucho que obtuviera éxitos bastante consensuados. Para mí La gran belleza era una película fatua, pretenciosa y formalmente casi obscena. Mala, en definitiva.
Por otra parte se encontraban las críticas profesionales que Juventud
había tenido desde sus inicios, que aunque no eran determinantes en mi
decisión, sí que algo sumaban a mis prejuicios. El caso es que la
crítica, digamos más intelectual, la había machacado; la misma crítica
que curiosamente ensalzó a La gran belleza.
Y cuando digo machacado posiblemente me haya quedado corto respecto a
lo que fue. Corto al menos en lo que pueda sobre-entender el lector de
este texto. La calificación que le puso la revista Caimán, por ejemplo,
la situaba como la peor película del año, teniendo por delante incluso
muchas intrascendentes películas de acción. Así que sólo hacía falta la
llamada de un amigo para que las cosas me cuadraran y emergiera, así, mi
deseo de ver Juventud.
Juventud no es una obra maestra, desde luego. Ganaría mucho con unos 40 minutos menos de metraje y le sobra sofisticación, así como escenas demasiado video-cliperas, o escenas fellinianas innecesarias por forzadas. Pero la película es, de todas formas y a pesar de todo, una película inteligente por mesurada, precisa y elegante en todo ese metraje que nos queda. Contiene secuencias memorables y lo que para mí no cabe duda es que sus logros, pocos o muchos (según quién), son muy superiores a cientos de películas que reciben críticas tibias o incluso buenas. Una película que transmite sosiego aun a pesar de los asuntos peliagudos que trata, con unos actores extraordinarios, incluída, cómo no, la soberbia interpretación de Jane Fonda en su papel secundario.
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