Los pájaros (Alfred Hitchcock)
De lo que sucede en la primera media hora de película exclusivamente.
Antes que nada algunas preguntas: ¿con qué estado de ánimo
podría asociarse la expresión de esta mujer, esa expresión que surge después
del encuentro con un hombre que le ha mostrado cierto desprecio hacia su
persona?
¿Qué puede estar pasándole a esta mujer para que tenga esta
expresión tan significativa y constante? ¿Significativa de qué? ¿Por qué sonríe
si lo único que ha recibido de un desconocido es humillación y desprecio?
¿Qué puede estar pasándole a esta mujer para que no pueda
evitar tener esta expresión aun encontrándose aislada de cualquier tipo de
contexto social, es decir, estando sola?
Más: ¿Por qué esta pareja de periquitos no se encuentra
posicionada verticalmente como era de prever? O mejor, ¿por qué estos dos
periquitos se encuentran inclinados hacia el mismo lado?
¿Y qué hacen estos hombres que se giran al paso de la mujer? ¿Qué quieren?
Y por último, ¿a qué viene esta cara de pánico que pone una
mujer, la madre de Mitch, en su primera aparición en escena donde nada sucede?
El cine, no tanto entendido como producto artístico o comercial
sino en tanto que experiencia estética que se vive de de forma inevitablemente
particular, provoca sensaciones y emociones tan concretas como intransferibles
en cada sujeto expectante, el espectador. Así, ante una misma secuencia no
podrá haber dos espectadores que sientan lo mismo. Podrán parecerse las
sensaciones y las emociones; se podrá incluso encontrar una vía de acuerdo que
simule el entendimiento entre dos espectadores ante la lectura de una misma
secuencia, pero en el fondo, y más allá de toda posible interpretación más o
menos previsible o genérica o excéntrica, cada espectador lee las secuencias
cinematográficas desde su más íntimo ser, el que se ha configurado día a día
desde su mismo nacimiento. Así, aún no siendo considerada interpretación, la misma simple lectura, por muy objetiva que pueda parecer, no deja de contener aspectos que contienen la particularidad del ser.
En cualquier caso, antes del entendimiento -de la escena, de la secuencia,
del film- se encuentra el mismo acto de ver, de leer, de leer lo que
estrictamente aparece en pantalla. El cine nos ofrece imágenes en “movimiento”
que contienen una cierta información y es ante ese “movimiento” donde el
espectador encuentra la razón de su visionado, de la propia experiencia
estética.
El “movimiento”, esto es, el transcurrir de una narración
organizada con planos y secuencias, es precisamente lo que nos ancla a nuestro
asiento durante el transcurso de la trama. Así, la duración de la experiencia,
en contra de lo que sucede con otras artes -la pintura, por ejemplo-, la impone
la duración del propio texto fílmico. De tal forma que la experiencia estética
se produce al son de planos y secuencias que tienen una determinada duración y
no otra. Planos y secuencias que además se encuentran conformados de una manera
tan concreta como objetivamente describible más allá de toda posible
interpretación. El hecho que podamos fundir ambas acciones -leer e interpretar-
en la propia experiencia expectante no es más que el producto inevitable de una
construcción, la del sujeto. Un sujeto que se construye en sociedad, desde
luego, y ante determinada coyuntura social y cultural, por supuesto, pero
también que se construye desde el cúmulo de experiencias vividas, conscientes e
inconscientes.
Podría pensarse, y de hecho hay motivos para creer que mucha
gente podría pensar, que el “verdadero comienzo” de la película sucede,
precisamente, cuando comienza lo que podríamos denominar la “verdadera acción”,
esa acción por la que los espectadores identifican la trama en su recuerdo.
Algo que comenzará a suceder tras media hora de metraje.
Y en efecto, si nos atenemos a lo que la gente espera de la
película (que no es otra cosa que las expectativas que la promoción han
depositado sobre el producto en tanto que comercial) podría parecer que durante
esa primera media hora apenas pasa nada. Y para corroborar esta afirmación
baste con acudir, una vez más, a internet y más concretamente a la sección Imágenes. Allí podremos comprobar que no
existen imágenes de esa primera media hora y que todas ellas se centran,
precisamente, en aquello que serviría para hacer una sinopsis de la trama.
Así pues, todas las imágenes que representan la película son
imágenes vinculadas a esa posible sinopsis, la que concentraría su sentido en
el ataque inesperado de unos pájaros -malignos- que parecen estar organizados.
Algo, por cierto, que convierte en cierta y verdadera la afirmación con la que
este párrafo comenzaba: esa en la que aceptamos que la primera media hora
podría entenderse (?) como una simple introducción necesaria.
También puede acudirse a portales profusamente visitados,
Filmaffinity y Wikipedia. Lo que allí podrá encontrar el “buscador” no es más
que, o una descripción neutra del comienzo de la trama, o en el peor de los
casos con una sinopsis más o menos larga que no podrá evitar la simplificación
de una trama que será identificada con la parte menos metafórica del relato. La
verdad es que más allá de reseñas muy especializadas y difíciles de encontrar
fuera del texto digital -masivamente visitado- a esa primera media hora no
suele asignársele gran importancia.
Pero decíamos que antes del entendimiento -de la escena, de la
secuencia, del film- se encuentra el mismo acto de ver, de leer, de leer lo que
estrictamente aparece en pantalla. Y en este sentido hablar de sobreinterpretación
sería un absurdo. Por ejemplo, la primera aparición de la protagonista sucede,
sólo, de la forma en la que lo hace: detrás de un tranvía atiborrado de hombres
que ante ella se cruza en sentido opuesto a su marcha. Eso es lo que vemos.
De la misma forma en la que veremos más adelante la cara de
pánico que pone la madre de Mitch cuando éste le presenta a su amiga Melanie. ¿Y
quién es Melanie? Pues una mujer rica, engreída, juerguista y burlona. Pero también
tan guapa que resulta atractiva a todo tipo de hombres. Y un peligro para las
mujeres.
Nada más pasar el tranvía de la primera secuencia un niño le
silba a su paso la típica tonadilla de reclamo.
Un vecino de la casa de Mitch no puede quitarle el ojo de
encima en silencio. Mientras, todo se ha de decir, ella lo ignora soberanamente. Justo
después de haber sido despreciada por Mitch, ese hombre que habla porque sabe
hablar.
Unos trabajadores del puerto que con ella se cruzan, se giran para seguir mirándola, ahora de
espaldas.
Lo que resulta más curioso de toda esa atracción que ejerce
Melanie es que ella sólo responde al reclamo del silbido, el más animalesco de
los reclamos, el que además asociamos a los pájaros. De los otros parece no
saber nada.
Pero vayamos al inicio de la película. Cuando ella, la mujer,
la protagonista, entra en una pajarería para recoger un pájaro que ha
encargado, la dependienta se excusa aludiendo a la rareza del pedido. El pájaro
en cuestión no ha llegado porque pertenece a una raza que traen de la India
“cuando aún son polluelos”. Pero la protagonista, Melanie Daniels, interrumpe
abruptamente, “¿Pero éste no será polluelo verdad?”
Así, lo sabemos: ella no quiere bajo ningún concepto un pájaro
por criar, lo quiere crecido. De hecho la dependienta enseguida la tranquiliza
con las palabras exactas, “no, será bastante crecido”. “¿Y hablará?” pregunta
entonces Melanie a una desconcertada dependienta entrada en años que ya no
responde.
Aunque nosotros ya lo sepamos: ella, la mujer, quiere un pájaro
crecido que además le hable. Ella, que como enseguida sabremos, se trata de una
mujer asertiva, segura de sí misma y bastante libertina debido a los posibles
de una familia que se lo permite y facilita.
Unos minutos después: mientras ella simula ante él ser
dependienta se le escapa un pájaro de la jaula. En realidad ella no sabe nada
de pájaros, de hecho no sabe tocarlos ni cogerlos y es por esa torpeza
manifiesta que se le escapa uno de ellos. En esas circunstancias, tanto ella
como la verdadera dependienta -que ha aparecido en escena debido al jaleo
organizado- se mueven por la tienda alborotadas tratando de cazar el pájaro,
mientras él permanece atento a ese ajetreo sin mover un dedo por ayudarlas. Más concretamente con las manos a la espalda.
Se reproduce el caos de los créditos del inicio de la película,
donde los pájaros se cruzaban por detrás de los nombres desintegrándolos. De
hecho lo que hacían esas manchas negras, casi amorfas en un volar desquiciado
era descomponer los nombre impresos y superponer otros nombres igual de rotos. Así,
siempre hay un momento ante cada crédito que nos impide leerlos con claridad
porque son el resultado inquietante de dos imperfecciones, de dos créditos
rotos por los pájaros.
Un caos que disipará, al menos en esa escena del principio, el
hombre, el protagonista, Mitch Brenner, que con un gesto sobrio y sosegado
logra capturar al pájaro escapado. Diríamos que es él, el hombre, Mitch, quien
pone fin a ese caos, y lo hace sin ni siquiera despeinarse.
Segundos después Mitch desprecia claramente a Melanie, después de
un juego de roles en los que ambos han combinado juego, fingimiento, simulación
y verdad. De hecho lo que en definitiva él hace no es otra cosa que declararla
inmadura y caprichosa. Ante la respuesta defensiva de ella él contesta: “Me
limito a respetar la ley y no me gustan los bromistas”, que es exactamente lo
que ella no hace debido, precisamente, a su frivolidad. Lo que en el contexto
podría significar: no me gustas porque
tus bromas son infantiles y no se toman en serio algo las cosas importantes.
Nace entonces la estrategia de ella. ¿Para qué, se podrá preguntar el
espectador despistado? ¿Estrategia para qué, si ese hombre le ha mostrado su
claro desprecio hacia ella? ¿Para vengarse? Nooo, para todo lo contrario: para cazarlo.
¿De verdad? ¿No es acaso eso lo demuestra querer cuando recrea su estrategia y cuando la pone en marcha encargando los dos periquitos que él venía a comprar a la tienda? ¿Lo que demuestra querer? Nooo, no se trata tanto de querer como de desear.
¿De verdad? ¿No es acaso eso lo demuestra querer cuando recrea su estrategia y cuando la pone en marcha encargando los dos periquitos que él venía a comprar a la tienda? ¿Lo que demuestra querer? Nooo, no se trata tanto de querer como de desear.
¿No es acaso el deseo lo que la ha puesto en marcha?, ¿lo que
la ha puesto?
¿Es entonces la estrategia el producto de su deseo? Sin duda. A
lo mejor no hay ánimo de caza, al menos conscientemente, pero lo que hay sin
duda es deseo. Un deseo monumental que le induce a crear una estrategia y
llevarla a cabo sin demoras ni contemplaciones. Un deseo que la mantiene
ausente del contexto. Sonriendo extrañamente y con la mirada perdida durante
todo ese periplo que resulta necesario para llegar hasta él.
Comprando la pareja de periquitos, investigando a través de la
matrícula del coche, conduciendo su coche en un largo viaje, preguntando en el
pueblo a unos y otros, conociendo a su adversaria y alquilando una barca que
ella misma debe manejar para llegar a la casa de Mitch con el fin de poderle
dejar los periquitos en el salón sin ser vista, pero ya no dirigidos a él, sino
a su hermana pequeña (que era la verdadera destinataria de los periquitos que
él iba a comprar a la tienda). De hecho, ella misma manifiesta su voluntad de
entrar en casa de Mitch por la puerta de atrás para no ser vista. Esa era su
estrategia. La que se cumple en todo menos en esto último. No le hace falta
porque ha visto a Mitch entrando en el granero contiguo a la casa.
¿Pero de verdad su estrategia consistía en hacer todo eso sin
ser vista… por él? La cuestión es que es descubierta por Mitch justo antes de
que se produzca el primer incidente que vaticinará la tragedia, una gaviota
ataca a Melanie cuando se acerca al embarcadero. Después de curar personalmente
la herida que la gaviota ha hecho en su cabeza él le pide explicaciones. La respuesta
de Melanie no sólo resulta significativa en cuanto a lo que el espectador sabe
hasta el momento, sino que contiene un sentido que podríamos situar en las
antípodas del significado literal que podríamos atribuirle. Él le dice “debo
gustarte mucho para haber hecho este viaje aquí”, a lo que ella contesta “le
aborrezco, no tiene modales, es osado y engreído”.
Eso es exactamente lo que pasa durante la primera hora de
película, justo antes de que se desencadenen los acontecimientos trágicos. Ella
es ofendida y humillada en los 5 primeros minutos del film (a través de un juego de
falsas identidades) por un hombre atractivo y que “habla” para despreciarla, y sin embargo ella “mueve mar y tierra” para llegar a él. Para llegar a él y decirle... ¡todo lo que le aborrece!
¿Acaso aún hay alguien que dude de la potencia del deseo de una
mujer? ¿Alguien que desconozca los límites de esa potencia?¿Alguien que desconozca el lado perverso de las estrategias que devienen de esa potencia? Porque ¿verdaderamente Melanie aborrece a Mitch? ¿Es sólo el amor propio lo que ha sido tocado en Melanie?
Decíamos: Un deseo
monumental que le induce a crear una estrategia y a llevarla a cabo sin demoras
ni contemplaciones. Un deseo que la mantiene ausente del contexto. Sonriendo
extrañamente y con la mirada perdida durante todo ese periplo que resulta
necesario para llegar hasta él.
¿Qué hacían esos periquitos inclinados? Pues muy sencillo “viajar”
juntos y moverse ambos con las mismas fuerzas de la inercia. Tal y como lo hace
una pareja que se declara amor eterno. ¿Qué pretende Melanie yendo a Bahía Bodega en esas circunstancias y con esos dos periquitos en el coche?
Nos preguntábamos: ¿Y qué hacen estos hombres? ¿Qué quieren?
La respuesta es tan sencilla como simple: desean a la mujer con
la que se acaban de cruzar. Mujer a la que no conocen, de la que nada saben, pero que sin embargo
desean.
¿Y por qué la cara de pánico de la madre de Mitch? Porque sabe
que se avecina el caos, al menos el suyo particular. Y posiblemente otro más general.
No hay comentarios:
Publicar un comentario