Tarde de cine:
dos películas
Hacía tiempo
que la había comprado pero no había encontrado el momento idóneo para verla,
como tantas otras películas también compradas que me queda por ver, porque todo
el cine que veo en mi casa o es comprado o es alquilado. Así que éste era el
día para ver Irreversible, una
película de la que había oído hablar bastante y que se me resistía, quizás, por
lo que de ella presuponía.
Y no me
equivocaba, la famosa película de Gaspar Noé es sin duda en todo excesiva
además de frenética. No se priva de nada que pudiera relajar al espectador, así
que incluye escenas de violencia extrema, como una violación anal filmada a
plano fijo y a tiempo real y escenas de sexo explícito. Todo barnizado de una
violencia, como digo, que sin duda se encuentra reforzada por un frenético
ritmo narrativo. Ver Irreversible es
como comerse un ramillete de retama a palo seco.
¿Que poder
decir de ella entonces? Poca cosa más; que está muy bien resuelta, que es
original, que los actores están estupendos y que todo tiene cierta coherencia,
incluso el manifiesto virtuosismo técnico que tan molesto resulta la mayoría de
las veces en el cine (porque suele ocultar algunas carencias).
¿Poca cosa más,
entonces? ¿O eso es mucho?
No sé si es
mucho o poco; ni si es bueno o malo, lo que sí sé es que no es bueno el sabor
de boca que me ha dejado. Demasiado frenética para mí, demasiado cruel,
demasiado explícita y demasiado violenta. ¿Pero son esos demasiados suficientes para rechazar la película? Quizá no. Quizá
incluso esos demasiados sean los que
puedan servir para elogiar una película que es excesiva porque lo que pretendía
era precisamente eso, ser excesiva.
¿Pero es que
acaso las películas están hechas para dejar buen sabor de boca? En absoluto. No
van por ahí los tiros. De hecho Haneke y Trier son dos maestros del cine
contemporáneo y para mí ver sus películas es como masticar arena.
Además, si
dejar mal sabor de boca fuera suficiente para hacer buen cine, cualquiera
podría ser un genio.
¿Entonces?
La cuestión es
que en Irreversible no hay mucho más
de lo que muestra. Y eso sí que me parece una buena forma de aproximarnos a un
juicio válido. O por decirlo de otra forma: lo que en Irreversible predomina es el virtuosismo y lo que la pelicula
cuenta -narra- es lo que vemos. Sólamente. Así pues, una película que se
asienta sobre una doble complacencia: la del autor, que se sabe original en la
medida en que eso es lo que fundamentalmente desea, y la de los espectadores,
que gustan en su mayoría de este tipo de cine, como demuestra un estudio de
taquilla. Una complacencia que eximirá a los espectadores -y a su director- de
tener que encontrar en la película algo más de lo que en ella se ve.
Así, y a pesar
de la violencia extrema, Irreversible
es una película que gustará fundamentalmente a los que dicen ir al cine para
entretenerse. ¿Pero acaso hay otra forma de ir al cine que no tenga por causa
el deseo de entretenimiento? No, no hay otra forma, pero ustedes me entienden.
Seguro que sí.
De todas
formas, no estaba yo hoy dispuesto a quedarme con mal sabor de boca. Y eso a
pesar de que, efectivamente, me había entretenido viéndola. Como también me
habría podido entretener, todo se ha de decir, el haberme curado una herida en
la rodilla.
Así que ni
corto ni perezoso acudí a mi vidioteca con el fin de resarcirme. Eché una
ojeada en el correspondiente sector de uno de mis géneros favoritos y extraje Siete novias para siete hermanos.
Mi estado de
ánimo cambió en pocos minutos. De la conmoción sospechosa a la emoción
placentera. Sinceramente: es ver la cabaña de Pontipee con esos decorados
pintados al óleo y ponerme cachondo, porque en efecto se trata casi de una
cuestión sexual. Me ponen más cachondo los volantes blancos de los vestidos que
porta Jane Powel que las bragas tanga de Monica Bellucci. Qué le vamos a hacer.
Sólo se puede
hablar desde la emoción particular. Me resultan enormemente placenteros, cada
vez que veo la película, todos los números musicales de esta película incluídos
los más cursis, pero sobre todo me abduce ese en el que los hermanos Pontipee
se encuentran trabajando en el bosque sumidos en un profundo estado
melancólico. La coreografía resulta perfecta para transmitir, desde la danza,
ese estado de ánimo que conoce todo aquel que no obtiene respuesta de la
persona que ama.
Siete novias para siete hermanos me sirve. Esa es la mejor
descripción que puedo hacer de lo que en mí consigue una película cuando es
usada de forma terapéutica. Y yo uso el cine como me da la gana dependiendo de
lo que en cada momento me pide el cuerpo. Ver cine no necesariamente exige una
sola forma de hacerlo. Yo me acerco al cine de la misma forma que me acerco,
por ejemplo, a la gastronomía. Puede que mañana vuelva a ver El caballo de Turin, una de las
películas más tristes que he visto. ¿Y qué? Si la película contiene una verdad,
una verdad que sólo puede ser subjetiva, me servirá. Yo quiero que las cosas me
sirvan. Otra cosa es que todo pueda ser interesante y otra cosa es que todo lo
que resulta interesante pueda servir para algo. Ustedes ya me entienden.
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