Lo cierto
es que la película Holy Motors cuenta con todos los ingredientes para
gustar a los intelectuales, y quizá por eso ha sido situada por ellos como la
mejor película del año y una de las mejores de la última década. Afirmación que
sólo se hace cargo de una realidad cotejable; en efecto, a los críticos les ha
gustado mucho Holy Motors. De hecho, es quizás por eso por lo que todas
las críticas que se han producido en los medios especializados se parecen tanto
entre sí. Y no crean ustedes que los críticos de cine serios se ponen tan
fácilmente de acuerdo. Son pocas las películas que logran tanta unanimidad y
con los mismos argumentos. Pero cuando eso sucede se debe, casi con toda
seguridad, no tanto a la emergencia del lado cinéfilo que todo crítico lleva
dentro cuanto a la emergencia de su lado intelectual.
No se
trata de defender extemporáneamente el grado cero del “texto”, simplemente me
asaltan las dudas: ¿hubiera sido posible abordar la crítica de Holy Motors sin
que el autor cobrara tanta importancia? O dicho de otra manera: ¿acaso no era
posible ser eficaz en la crítica orillando un poco más al creador?
Quizá,
después de todo y dadas las circunstancias, haya sido imposible obviar algunas
de esas circunstancias para abordar la crítica: en verdad resulta difícil
ignorar los 13 años de inactividad del que aún (¿) se denomina y considera enfant
terrible del cine francés. A pesar de que tenga ya más de 50 años. Pero más
allá del cansino y cursi apelativo, también ha sido recurrente en todas las
críticas el repaso de los encuentros y desencuentros padecidos en el pasado por
el autor en base a su relación con el éxito. Ya no cursi, pero igual de cansino.
En
cualquier caso todos “saben” de lo que hablan cuando hablan de Holy Motors,
pero ¡también cuando hablan de Leos Carax!: todos los críticos aluden a la
reciente y traumática muerte de la mujer de Leos Carax, todos saben que el
mismo Carax es el personaje del hotel que rompe la pared, todos saben que la
niña que aparece detrás de la ventana es su hija, todos reconocen al Señor
Mierda porque –al parecer- han visto el capítulo que filmó para Tokio,
todos saben del guiño cinéfilo que supone la elección de la actriz que
representa a la conductora de la limousine, todos saben de la
significancia de la aparición de los viejos almacenes Samaritane, y todos saben
que cuando Lavant hace de padre (en una película en donde representa 11 papeles
distintos) lo hace disfrazado de Carax. Todo eso y más es lo que saben cuando
van a ver la película y eso es de lo que no han podido dejar de hablar cuando
después han tenido que opinar.
Es cierto
que resulta verdaderamente difícil salirse de todo ese magma de “datos” que sirven
para recalentar la opinión. Pero no estaría mal hacer un esfuerzo por librarse
de ellos, aunque sólo sea porque sabemos que no resulta necesario. Y aunque
después de todo no podamos realmente librarnos de ellos.
La
opinión de quien esto suscribe podría resumirse de la siguiente manera: Holy
Motors parte de una gran idea, tiene un extraordinario comienzo, su guión
está bien estructurado y desarrollado (salvo en alguna secuencia), y la
interpretación es impecable. Y a pesar de todo ello creo que se trata de una
película que ni alcanza las cotas que pretendía ni alcanza la excelencia que se
le atribuye. ¿Qué habría pasado entonces? ¿Cómo podría explicarse esa decepción
de la experiencia estética? Una respuesta que no por sencilla deja de ser
suficiente es que la película carece de alma. O si se quiere de gracia, que
sería lo mismo. Lo que no quiere decir que carezca de interés. Se trata sin
duda de una buena película a la que, bajo mi punto de vista, le falla lo
esencial del gran cine.
Holy
Motors es desde luego una película difícil en la medida en la
que las cosas que en ella suceden no son demasiado comprensibles con
independencia de su posible significado. O dicho de otra forma: es una película
difícil en la medida en que las cosas que en ella suceden carecen de sentido, o
al menos de su sentido más previsible o complaciente. Y éste es sin duda el
factor más interesante de la película; y también lo que a través del
tratamiento concreto de la estructura narrativa la convierte en una buena
película. Pero no tratándose de una película que pueda medir sus fuerzas con un
blockbuster, las debe medir en cualquier caso con algo. Y ese algo es lo
que podríamos denominar eficacia fílmica. Que vendría a ser la
capacidad sensible de conectar adecuadamente la idea con su propia
materialización. Y en este sentido Holy Motors promete más de lo que
ofrece debido a que su director no ha sido capaz más que de hacer una buena
película cuando contaba con uno de los mejores materiales de los posibles.
¿Por qué
resulta de alguna forma fallida? Pues precisamente por no haber sabido adecuar
el fantástico contenido a una forma sensible superior. O por decirlo de
forma rápida: porque las claves de una película onírica –fantástica- no pueden
ser claves intelectuales y porque a Carax le ha faltado genialidad. Parece como
si todas las escenas y secuencias tuvieran la explicación concreta que se
encuentra en posesión del director que las animó; como si todo, en definitiva,
tuviera la explicación que el director se hubiera trabajado en la elaboración
del guión. Y quizá por ello esa extenuante necesidad de la crítica por recurrir
al autor para encontrar/ofrecer explicaciones.
Se habla
de película abierta, pero en realidad se trata de una película sumamente
cerrada en la medida en que su autor conoce perfectamente sus intenciones (y
con independencia de que después el espectador sea capaz de ver más allá de lo
ofertado por el yo/autor). Ciertamente la experiencia estética del espectador
se encuentra al margen de esas intenciones, pero por eso mismo resulta
interesante medir sus logros al margen de la autoría, y en este sentido la
película se muestra débil si eliminamos esa figura que ha basado la eficacia
del film en su omnipresencia.
Mi
experiencia estética no ha podido liberarse de la figura de un autor que sabía
lo que hacía, y eso la ha debilitado en la medida en que nada dejaba realmente
abierto. Todo lo contrario de lo que sucede en los films de David Lynch, que
muchas veces se iban construyendo a base de escenas que ni el mismo Lynch
entendía (como él mismo está cansado de explicar). Ese no entender que nada
tiene que ver con el no saber. Cuando Lynch genera una narración ininteligible
por onírica sabe que algo pasa aunque no sea capaz de entenderlo. Y en ese no
entender lo que sucede –tan alejado del saber que todo tiene una explicación
concreta- es donde Lynch se ha mostrado como el genio indiscutible que es. Este
es el punto de vista que en cada secuencia me evidencia la falta de gracia de
Carax en tanto que director y guionista. Hay una evidente falta de adecuación
al género que no ha sabido suplir con genialidad alguna. Sí lo ha hecho con
eficacia narrativa y con conocimiento del medio, pero sin genialidad.
Como bien
sabemos, muchas veces la grandeza de una película se encuentra en aquello que
escapa a las intenciones del autor, y de ahí que la crítica haya jugado siempre
un papel tan importante. El hecho de que todas las críticas hayan hecho
interpretaciones tan parecidas y previsibles no dice precisamente mucho de la
película en cuanto al valor por el que se la ensalza, el de la multiplicidad de
lecturas posibles. Las que sin duda ofrece cualquier película onírica, pero las
que también pueden ser bloqueadas por un exceso de intelectualidad. En
definitiva: Holy Motors, una buena película.
Coda.
Bajo mi punto de vista, la secuencia del Señor Mierda es sin duda un lastre
para el visionado del resto de la película que ya no te abandona hasta el
final. Una secuencia absolutamente prescindible si nos atenemos –sólo- a la
forma en la que ha sido abordada. La referencia de La Bella y la Bestia
no resulta suficiente. Ni las referencias ni los guiños son nunca suficientes,
como tampoco los es la búsqueda de complicidades pandilleras.
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