El éxito de una película depende muchas
veces del boca a boca. Pero sabemos que el éxito no siempre va parejo con la
calidad. Grave discusión sería ahora la que dirimiera acerca de la calidad en
el cine. No es el momento ni el lugar. Sabemos, eso sí, que en el juicio
estético emitido sobre el producto cinematográfico se encuentra bastante
consensuado. Más allá de las tendencias hacia la que nos dirigen nuestros
inevitables gustos personales sabemos que existe un criterio relativamente
universal por el que somos capaces de señalar el buen cine, ya sea comercial o
de autor, blockbuster o independiente. O por plantearlo de otra forma: si
preguntáramos a 100 profesionales del análisis cinematográfico seguro que
habría entre ellos muchos más puntos en común que discrepancias. Y las
discrepancias responderían, exclusivamente, a causas difícilmente comunicables
por estar vinculadas a lo extremadamente individual. O sea, que hay un cierto
consenso entre los que entienden de cine, es decir, entre quienes entienden el cine
desde el análisis y la reflexión, y no tanto entre quienes lo entienden sólo
desde el entretenimiento.
Ese consenso deviene, pues, de la
naturaleza misma del cine, que en su aspecto narrativo/descriptivo obliga en su
ejecución a un adecuado uso de los dispositivos que pretenden comunicarse con
el espectador. Las normas y las reglas son en este sentido tan necesarias como
en sí mismas constitutivas de la creatividad del hecho cinematográfico. Porque
si el cine se caracteriza por algo, al menos en lo que a su relación con el
espectador se refiere, es por esa necesaria deslocalización que hace posible
que los espectadores se cuenten por cientos de miles -y no por puñados.
Espectadores que además pagan por su experiencia artística. Por ejemplo, un
cuadro que habita la casa de "su" coleccionista está "ahí"
para el uso y disfrute exclusivo de su propietario. Sin embargo, una película
está "por ahí" para uso y disfrute de un indefinido pero cuantioso
número de espectadores -que además pueden disfrutar simultáneamente. O sea, el
producto cinematográfico está hecho para ser consumido masivamente y eso es, paradójicamente,
lo que le confiere una dignidad incuestionable.
Crueldad y goce
Pero parece que ya nos hemos ido por las
ramas, así que volvamos al principio: El éxito de una película depende muchas
veces del boca a boca. Pero sabemos que el éxito no siempre va parejo con la
calidad, sobre todo cuando el éxito es claramente popular. Más bien puede
afirmarse que muchos de los éxitos de cada momento histórico se deben a las
coyunturas que los hacen posibles, muchas veces vinculados a las modas de ese
momento. Así entiendo yo el éxito deWhiplash. Entonces, ¿son los
posibles factores coyunturales -actuales- los que explicarían ese éxito? Yo
diría que sí, sin duda. Y ¿cuál sería después de todo esa coyuntura? Ésa sería
la cuestión, porque pienso que sólo la coyuntura es capaz de explicar el éxito
de una película efectista y preciosista, pero mala.
La película no es más que lo que una
sinopsis breve podría describir. Es decir, en ella "no sucede" nada
más que aquello que pudiera quedar descrito en una simple sinopsis: un
muchacho que quiere triunfar en el mundo del jazz se enfrenta a la dura y
peculiar metodología de un profesor. Pero, si apenas sucede poco más,
¿dónde podría situarse el éxito obtenido? Para contestar no podemos evitar el
spoiler. Es más, si hubiéramos querido ser más estrictos en la sinopsis ya nos
habríamos dado de bruces con la clave del éxito. Sería esta otra: un
muchacho que quiere triunfar en el mundo del jazz se enfrenta a la peculiar
metodología de un profesor indiscutiblemente cabronazo.
Sin duda es en esa extraordinaria dureza
del profesor donde se encontraría la explicación del éxito de la película y lo
que yo relaciono con una coyuntura, un profesor cuya dureza parece quedar
justificada ante el alto índice de éxito conseguido por los que son sus
alumnos. Así, estamos en condiciones de spoilear un poco más la trama: un
muchacho que quiere triunfar en el mundo del jazz se enfrenta a la peculiar
metodología de un profesor indiscutiblemente cabronazo, pero que es capaz de
echar una lagrimita en el momento adecuado (sic).
En una película donde poco más sucede
-aunque también: chico conoce chica; chico y chica viven su primer desencuentro
amoroso (?)- la clave del éxito sólo puede situarse en la relación del alumno
con el profesor. El alumno es un chaval bonachón, voluntarioso y trabajador y
el profesor no muestra ninguna compasión cuando de lo que se trata es de que
los alumnos aprendan. Y esto es, en definitiva, lo que ha cautivado al público.
¿Les suena? ¿No es esto lo que vemos en Tv todos los días? ¿No es cierto que
los programas/concurso de máxima audiencia se caracterizan, todos ellos, por la
dureza con la que son tratados los concursantes? Es decir, ¿no es cierto que
los índices de audiencia han ido subiendo en función de la dureza con la que
han ido siendo tratados los concursantes (ya sean dueños de hoteles, de restaurantes,
de negocios cutres, de aspirantes a cantantes, a chefs...)? Lo que ha quedado
claro a lo largo de los últimos años es que las desgracias de los concursantes
es, en los realities, garantía de éxito de audiencia. Así, dada la
poca chicha de Whiplash (más allá de una estética manierista
pero muy eficaz) no encuentro otra explicación a su éxito que ésta: a una
cantidad importante de espectadores les pone cachondos dos cosas que se
encuentran estrechamente conectadas, una, la crueldad que inflige alguien sobre
un "inferior" o un "necesitado" y dos, la desgracia de
quien la sufre.
Pero, ¿cuál sería la causa real del
disfrute ante tales circunstancias, que podríamos calificar de inhumanas?
La respuesta se encuentra en las mismas
características del sujeto del hoy, un sujeto forjado en las condiciones
impuestas por la Corrección Política. Un post no da lo da lo
suficiente como para clarificar lo que esta afirmación significa y conlleva (si
bien es cierto que este blog lo lleva haciendo desde hace 8 años),
pero en realidad ya casi nadie pone en duda que llevamos 35 años siendo
educados en un individualismo extremo. Y alguna de sus consecuencias es por
todos conocida: la de vivir en una sociedad que rechaza categóricamente todos
aquellos conceptos que supongan una carga supuestamente desestabilizadora en la
educación de lo pobrecitos infantes. Términos como disciplina, esfuerzo y
sacrificio se encuentran absolutamente anatemizados y despreciados por las
nuevas generaciones de padres desde hace varias generaciones. Términos que han
sido rechazados con conciencia individual, desde luego, pero también con la
complicidad proporcionada por la ideología buenista (esa que asocia los
conceptos de esfuerzo y sacrificio con fascismo). Y así nos ha ido.
Esquizofrenia
¿Entonces?, se preguntará más de uno. ¿Cómo
es posible que por una parte se rechace la exigencia de disciplina y sacrificio
cuando se trata del propio entorno, y por otra proporcione tanto goce cuando
éstas se exigen al otro con crueldad y falta de compasión?
La respuesta se encuentra en las mismas
características que ha implantado la Corrección Política. O mejor, emerge como
una consecuencia de la misma. Y podríamos definirla en torno a una carencia, la
de la voluntad. En efecto, es la voluntad lo que ha desaparecido del sujeto
crecido en el esquizofrénico mundo de la queja y el victimismo propiciado por
la Corrección Política. Una extraña laxitud y una cómoda dejación se ha
impuesto en el sujeto del hoy, que se ha dejado llevar por una práctica proteccionista
absolutamente inmadura por egoísta.
La cuestión es que el sujeto del hoy carece
de voluntad, pero no conformándose con algo ya de por sí negativo incrementa su
desgracia añadiendo a esa carencia un deseo que se expresa de forma perversa.
Ante su reconocida falta de voluntad los adultos no exigen un correctivo, sino
que se mantienen ante su derecho de no tenerla... pero ¡además gozan! ante el
espectáculo que humilla a quienes públicamente la reclaman. Y cuando digo
reconocida digo reconocida; ahí está para corroborarlo la emergencia de los personal
trainning,personal shopping, couchers y todo tipo
de personajes que son la extensión última de los ineficaces best
sellers de autoayuda que llevan leyéndose masivamente desde hace 30
años.
El problema, como ustedes habrán podido
deducir, es que cuando hablamos de voluntad sucede lo mismo que cuando
hablábamos de sacrificio o de disciplina: que la gente se espanta. Como si la
voluntad sólo pudiera ser la voluntad de El triunfo de la
voluntad (Leni Riefesnstahl). Hay que ser muy corto de miras para eso,
o muy ignorante... y muy pero que muy vago. Indecentemente vago. Irresponsable:
inmaduro.
Previsibilidad y compasión
Volvemos al cine, esta vez sobre una de
esas pocas películas que, en contra de lo que decíamos más arriba, no han
conseguido consenso en cuanto a su calidad se refiere. Una excepción, pues, que
ha llevado a generar opiniones muy contrapuestas entre los mismos profesionales
del análisis cinematográfico. Una excepción, una rareza en la historia de la
crítica: El árbol de la vida del controvertido Terrence
Malick.
La película trata del impacto que supone en
una familia la pérdida de un hijo cuando aún es un chaval, pero en contra de lo
que afirmábamos de Whiplash en ésta lo que sucede apenas tiene
que ver con eso, con la sinopsis, o lo hace tangencialmente, de forma
implícita. La película se encuentra plagada de escenas entre místicas y
metafísicas en las que muchos críticos se han perdido debido, entre otras
cosas, a su absoluta imprevisibilidad. No voy a entrar aquí en la pertinencia
de esas escenas ni en lo que ellas afectan a la película como conjunto, pero sí
voy a comentar una escena que me parece fundamental aún a pesar de su aparente
innecesariedad. Una escena de la que a nadie he oído decir nada, quizá porque
la han entendido de forma distinta a como yo lo he hecho.
En una película que trata problemas
estrictamente contemporáneos hay una escena de dinosaurios. Sí, de dinosaurios.
Puede pasar desapercibido lo que en ella realmente sucede, de hecho y con
independencia de lo que se piense de la película, se trata de una escena que
podría pasar por una incomprensible y caprichosa escena más de rollo new age.
Pero no, lo que en ella sucede alcanza un nivel metafórico de los más sutiles y
sensibles que haya podido experimentar yo en los últimos tiempos en el campo de
la estética. Para que el lector pueda comprobar hasta qué punto esa escena le
ha pasado o no desapercibida, o la ha entendido como metaforica y no como un
capricho místico, no tiene más que preguntarse qué es lo que sucede en esa
escena. A ver qué se contesta.
Tenemos que recordar que la escena nos
sitúa en el mundo agresivo y salvaje de nuestra prehistoria, un mundo habitado
por ese espíritu de supervivencia -la ley del más fuerte- que nos han mostrado
siempre los libros y documentales escritos por geólogos, arqueólogos,
historiadores y biólogos. Una escena de dinosaurios ¡en una película que trata
de la extraordinaria amargura que les produce a los padres la muerte de un
hijo! Aquí la escena: un dinosaurio débil y moribundo se tambalea sin fuerzas
hasta caer en la ribera de un río. Al momento llega otro más grande que con
gesto agresivo se acerca sigilosamente. Cuando llega a su altura y comprueba la
debilidad de su adversario coloca ferozmente una pata sobre su cabeza. Con
respiración agitada lo olisquea y observa un rato mientras, ya digo, inmoviliza
la cabeza de su víctima. Pero de repente algo sucede. ¿Qué? No lo sabemos con
exactitud, la cuestión es que el dinosaurio depredador decide dejar vivir al
dinosaurio malherido. Es decir, decide dejarlo morir con dignidad. O mejor aún:
emerge en él la compasión. Así: nace la compasión.
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