Nadie debería negar la importancia de los límites en las estructuras que gobiernan las sociedades humanas. Los límites son un signo civilizatorio. Sin ellos volveríamos a neandertal. Y nadie negará que el control es, en tanto que forma de actuación, una aspiración. Nadie quiere estar descontrolado porque todo descontrol supone una pérdida respecto a la voluntad y al deseo, ejes regidores del sujeto. Pero el control, como cualquier otra cosa, requiere límites. En ambos sentidos, a la alta y a la baja. En este sentido podría decirse que es necesario controlar los límites. O ponerse límites de control. Pero, ¿tiene todo esto algo que ver con la película? Es posible, pero no lo sé.
Los límites del control es
una película que habita en los mismos límites, pero esta vez a partir
de las variaciones. Si algo ha demostrado Jarmusch a lo largo de su
carrera cinematográfica es su extraordinario sentido musical de la
narración. Las variaciones narrativas son, en este sentido, puras formas
visuales que poco a poco va situando al espectador en la mente del
protagonista, un negro elegantemente vestido que deambula encontrándose
personajes que le pasan información de forma críptica con un fin
incierto. Jarmusch sería, en lo que se refiera al cine fundamentado en
las variaciones, el equivalente americano de Kiarostami, con todas las
diferencias que los separan. Ambos son directores que, más que
preocuparse por la naturalidad y el verismo, se preocupan por el
pensamiento visual, es decir, por la imaginación al servicio del
conocimiento.
En Los límites del control
nada tiene una explicación previsible. El protagonista se come
literalmente la información (proporcionada en un papelito), siempre e
invariablemente con dos cafés expresos. Algo propio de uno de los
personajes más lacónicos que os ha dado la historia del cine (quizá su
diálogo de toda la película no exceda de un folio). Su misión
se encuentra vinculada, precisamente, a escuchar, a saber escuchar y a
interpretar lo que la incontinencia verbal de otros pueda significar. A
escuchar y a observar. Una vez asimilada, ¡y digerida! la información se
dedica a deambular por los lugares del encuentro para observar
atentamente todo aquello que pudiera servirle en el devenir que le
espera. Y que en ocasiones da lugar a experiencias estéticas tan bellas
como perfectamente desinteresadas.
En
efecto, el enigmático y elegante protagonista es un observador
compulsivo, ya sea por suspicacia preventiva, ya sea por ansia de
conocimiento. Se trata para él de la única posibilidad de conseguir que
después todo cuadre, y por supuesto de conseguir su objetivo, que como
veremos al final es puramente mental. La historia tiene, por supuesto,
un sentido último, pero sólo al protagonista le es dado conocerlo. Los límites del control es,
por eso, una película que sucede en la mente del protagonista, como
sucediera también en esas otras grandes películas Shutter Island
(EScorsese) y Cosmópolis (Cronenberg). En Los límites... todo sucede de
forma misteriosa, pero no tanto porque los hechos sean raros cuanto
porque suceden sin explicaciones explícitas. Pero sobre todo porque los
hechos suceden al "otro", un sujeto del que en verdad nada sabemos. De
esa forma, es como si los personajes secundarios pertenecieran a oras
películas y se hubieran equivocado de set de rodaje. O como si
pertenecieran a otras películas cuyas respectivas tramas fueran el
complemento perfecto para un personaje que necesita ser dirigido para
saber cual debe ser su siguiente paso atendiendo a su objetivo. De hecho
todos hablan con él sin esperar nada de la conversación, Incluso
algunos le hablan en un idioma que saben que el protagonista no
entiende.
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